viernes, 24 de septiembre de 2010

La cabañita


No pretendo ser un nuevo pesado que escriba las virtudes de Labordeta. Mucho se ha escrito ya sobre este buen hombre y quizá tanta proliferación debería ser mesurada por el escaso seguimiento que tuvo en vida, salvo en determinados círculos. Con toda seguridad de no haber sido diputado y autor de algunos originales y divertidos episodios en la aburrida Cámara Alta, no hubiera pasado de paisano aragonés, bastante conocido y odiado en su tierra, y un perfecto desconocido para el resto de la concurrencia.

Sí quiero dejar constancia de la profunda admiración y buena imagen que tenía fuera de Aragón. Esta semana la he pasado en Jaén y, sin exagerar, casi el cien por cien de las personas con las que he hablado y han sabido que venía de Zaragoza me han recordado, con admiración, la figura de este maño. Me decía un señor, ya jubilado, con aspecto y formas de derechas, que “con independencia de las ideas, ojalá en Andalucía hubiese algún político parecido a Labordeta”.

¡Qué apellido tan aragonés, del Pirineo!. Una borda es una cabaña en el monte para resguardar el ganado de las inclemencias. Y el diminutivo –eta es genuinamente pirenaico. La cabañita, la bordeta.

Conocí a este tipo en las fiestas de un pequeño pueblo turolense donde todos los mediados de agosto, coincidiendo con la fiesta mayor, daba un recital junto a Joaquín Carbonell y La Bullonera. En uno de esos veranos, hace ya más de veinte, empezó el recital diciendo que estuviéramos todos atentos porque ya era mayor y le costaba mucho llegar a un lugar tan lejano y por tan malas carreteras; era su último recital allí. Nunca más le vi cantar en directo. Ahí me quedó su recuerdo de poeta cantando en la plaza de Jorcas hace muchos, muchos años. Incluso tuve ocasión de cruzar cuatro palabras con él, por la noche, en el antiguo horno del pueblo que hacía las veces de peña y de bar.

Hoy se ha adoptado el acuerdo de cambiar el nombre y llamar al pulmón de Zaragoza el Parque Grande de José Antonio Labordeta. Todos los grupos municipales, menos el PP, han decidido, de esta forma, rebautizar el ya pasado Parque Primo de Rivera. A veces, no cuesta nada cambiar los nombres, como en ocasiones no es mérito ser presentable.

Los argumentos del PP para oponerse a este cambio poco costoso son básicamente que no se ha pedido previamente opinión sobre este debate y que se utiliza su muerte para sacar rédito electoral. No se atreven a decir abiertamente que una parte importante de su electorado y de ellos mismos todavía añoran tiempos pasados en los que España era el coto privado de casposos, retrógrados, incultos, curas y fachas. De la misma manera que se oponen a la retirada de símbolos franquistas o a la apertura de fosas con el argumento de que no hay que remover la historia. ¡Cuánto les cuesta romper con los planteamientos fascistas!. Y así, tenemos un partido en la oposición y con clarísimas oportunidades de ser partido gobernante que todavía mira nostálgicamente, de forma cobarde y sin decirlo abiertamente, las figuras de sujetos como Primo de Rivera o Franco. Espero, por el bien de este país y por superar el miedo que producen, que se pudran en la oposición y eso les obligue a crear un partido abierta y claramente fascista para que todos conozcamos las reglas del juego. A los muchos políticos y votantes del PP que serán liberales y demócratas no sé como no les da vergüenza compartir proyecto político con esta gente que todavía se opone, con argumentos increibles, entre infantiles y miserables, a que una zona emblemática de esta ciudad deje de llamarse Primo de Rivera y se pase a llamar Labordeta. ¡Cuánto les cuesta cambiar golpistas por demócratas!. ¡Cuánto impresentable!.

Sospecho que por cuestiones higiénicas, popularmente el Parque Grande siempre ha sido llamado así y nunca Primo de Rivera. Yo, a partir de hoy, pienso llamar al Parque por su nombre: Labordeta. Para dar en el morro a estos aspirantes a gobernantes en un régimen democrático en el que no creen y, de paso, recordaré ese verano maravilloso en el que, entre otras cuestiones más importantes, trabajé en el bar de la piscina de mi pueblo y ligué un montón. Tenía entonces poco más de 20 años.