sábado, 4 de diciembre de 2010

El reloj



Un cuerpo perfecto y elegante. Los dos participábamos de la escena, ella como actriz y yo como espectador, con un público entregado a otras cosas, con el océano por escenario y la playa por patio de butacas. Entre la maraña de gente, mesas, sillas, sombrillas y vendedores, allí estaba ella sin parar de moverse de un lado para otro, sabiéndose observada y siendo consciente de sus argumentos para ser centro de muchos ojos. Así, entre cerveza fría, camarones fritos, bossa nova y sol tropical, pasaba tranquilamente la mañana en Itapuá.

Obnubilado por el ambiente y entregados todos mis sentidos a otros menesteres, no me percaté hasta el atardecer de la desaparición del pantalón corto que habitualmente uso para ir a la playa. Pensaba quién podría haber sido el ladrón, intentado reconstruir la escena, mirando la silla de plástico en la que todavía descansaba una pequeña mochila y la sudadera mojada con la que me suelo bañar para que el sol del ecuador no abrase mi piel. Y así, sin mi pantalón, en el que había dejado un reloj de marca, regresaba en el bus urbano hasta el centro de la ciudad con el sol retirándose por detrás de Salvador. No ha sido mucha la pérdida, a pesar del valor sentimental de su último regalo. Llegué a la conclusión, tras varias recreaciones mentales, que el autor había sido ese vendedor de frutos secos que, acercándose en su ofrecimiento, alcanzó a cogerlo ante la imposibilidad de tomar la mochila atada a la silla.

Por la noche, dando cuenta de una moqueca y de varias cervezas, esquivando los chicos que venden todo tipo de baratijas o demuestran sus habilidades a cambio de unos reales, intentando disfrutar de la actuación en directo del J&K, observo un niño desaliñado y descalzo que ofrece entre las mesas algo que lleva en la mano y que muestra con cierta precaución. Cuando llega a mi mesa y entreabre la mano para mostrarme la mercancía, descubro mi peluco. ¡Qué miseria de dinero pide cuando, sin contar el valor sentimental, cuesta más de 200 euros!. Aún así le digo que es muy caro e iniciamos el regateo. Mientras observo con detenimiento el reloj y voy poniendo pegas para conseguir ganar tiempo, pienso la forma de gestionar su recuperación y la del pantalón, éste exclusivamente por su valor sentimental. En un minuto he planificado mi actuación, la he chequeado y he valorado los posibles contraataques del ladronzuelo. Le pido permiso para hacerle una foto que, por inocencia y vanidad, acepta encantado; le muestro lo bien que ha salido, ríe orgulloso ante la visión de su imagen y seguidamente, guardándome el reloj, le digo en castellano primitivo que el reloj me lo ha robado, que quiero mis pantalones y que si no aparecen en media hora, le enseño su fotografía a la policía, señalando el vehículo que vigila el inicio de la calle peatonal donde está el J&K. Se pone nervioso, no sabe qué hacer, duda entre salir corriendo y exigir la devolución del reloj. Levanta la voz pidiendo su reloj robado y se mueve a mi alrededor buscando su mercancía. La gente deja de mirar la actuación musical y se centra en mi mesa, sin acertar a saber lo que ocurre. Entonces hago intención de acercarme a la policía y el niño, posiblemente recordando algún anterior episodio, me dice que me guarde el reloj. ¿Y el pantalón?. No sabe nada. Hago otra vez intención de ir al coche y después de un monólogo en portugués que no entiendo pero que versaba, por su gestos y ademanes, sobre la mala suerte, me pide una hora. Le doy garantías con rotundidad de que si en ese plazo de tiempo no está aquí, con el pantalón, la foto será mostrada a los picoletos.

En menos de una hora aparece el pantalón. Sucio, lo que confirma que el vendedor sospechoso ha sido el ladrón – su talla era similar a la mía - . El chico pide que elimine su foto, lo que hago en su presencia mostrándole la operación. Me hace un gesto de conformidad con su pulgar hacia arriba y seguidamente me pide dinero. ¡Son incorregibles!. Como soy consciente de que los turistas no somos personas sino euros con patas, mientras meto el pantalón en la mochila, saco un billete de 5 reais y se lo entrego. Obrigado, y vuelve a hacer el gesto con el pulgar, mientras se va calle abajo en busca de otra aventura.

La bossa nova sigue sonando, la gente escucha y se mueve a su ritmo, la cerveza corre,… el Pelouriño vuelve a su noche. Faltan 10 minutos para las 8 de la tarde.

Noviembre 2010.

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