lunes, 5 de septiembre de 2011

Los mercados malcriados



Un lunes negro. Como no tengo ni los más elementales conocimientos de teoría económica ni la menor intención de estudiar los resortes que mueven la macroeconomía, desconozco el grado de negritud de este lunes respecto de otros lunes, martes, miércoles negros de los últimos años. Pero es evidente que dejando al margen la relatividad de las gamas de grises, desde 2008 llevamos soportando estas escalas en cuestiones domésticas que nos son más familiares porque, entre otras cuestiones, muchas nos afectan personalmente: incremento del paro, bajadas de sueldos, congelación de pensiones, subidas de tasas,…

A estas alturas parece evidente que las recetas que hasta ahora ha ido aplicando la UE no están teniendo los resultados esperados. Los guiños a los malditos mercados a través de sucesivas bajadas de los déficits públicos tienen el mismo efecto que la no satisfacción de los caprichos de un niño malcriado: más lloros, más pataletas y la exigencia de más caprichos para aplacar su furia. En definitiva, hacer cada vez un niño peor criado.

Quizá se trata de eso, de liderazgo, y de aplicar la misma medicina que la que administraríamos a ese monstruo de niño. Merkel y Sarkozy, que ejercen de abuelos de todos los papis presidentes de países que tienen que educar a sus criaturas, fallan en sus pronósticos cada vez que hacen alguna recomendación a sus hijos novatos. Y los niños cada día más insoportables e intolerantes. Hoy parece que el motivo del nuevo capricho son las dudas sobre la liquidez griega y la amenaza de una recesión de la recesión. Y todos otra vez a temblar.

Los defensores del libre mercado repiten insistentemente que los mercados – los niños malcriados – somos todos. Todos estamos mal educados y nos gusta que unas personas con un alto nivel de coeficiente intelectual dirijan nuestras vidas y haciendas como si de incapacitados mentales se tratase. Me niego a formar parte de esa grey; lo más que he hecho es tener la osadía de invertir cuatro chavos en bolsa y pagar hasta no sé qué siglo una hipoteca. Si esa es toda mi culpabilidad en este desaguisado económico global que no parece tener fin, esta noche nuevamente voy a dormir de un tirón con la conciencia bien tranquila.

Y es que los niños malcriados que nos han llevado a la ruina (bancos, empresas de inversión, gobiernos irresponsables,…) son ahora los que nos dicen lo que debemos hacer para que la cosa no vaya a más. Es decir, los malcriados nos ponen en las narices la relación de caprichos para que no se enfaden y, como por definición, éstos son inabarcables cada vez creamos más mostruos con mayores exigencias. Elemental para cualquier madre-padre con un mínimo de sentido común.

¿No habéis oído nunca aquello de... ese niño dos tortas bien dadas? O hostias, depende de lo grande o mayor que sea la criatura. Pues eso. Quizá debemos abandonar las sugerencias de los yayos Sarkozy-Merkel y hacer lo que algunos líderes políticos están aplicando en otras partes del mundo, con bastantes éxitos por cierto. Islandia está juzgando a su expresidente por la irresponsabilidad de permitir que sus bancos se endeudaran mucho más allá de lo razonable llevando al país a la quiebra económica. ¡Y puede acabar en la cárcel!. Parece que los grandes banqueros islandeses están esperando la citación judicial para explicar, si pueden, su gestión financiera. Obama ha presentado una denuncia contra los grandes líderes bancarios de EEUU y, por tanto, del mundo. Directivos de Bank of America, JP Morgan, Goldman Sach, Deutsche Bank,… pueden verse ante los jueces intentando explicar todas las barbaridades que fomentaron y que – ahora sí, con mucha responsabilidad- han llevado el estado de la cuestión hasta este lunes negro.

Es decir,… dos tortas. O dos hostias, dado lo grandes y mayores que son estos señores mal criados. Pero me temo que cuando desde estas líneas pido la retirada de la patria potestad a los señores Sarkozy y Merkel, parece que en España vamos a confiar en el abuelito Mariano que seguro tiene sus virtudes, pero no lo veo yo quitándose la correa para enmendar a niños malcriados.

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