miércoles, 3 de octubre de 2012

Marcos, idearios y pasados


Se extiende como una mancha de aceite la idea de que toda la clase política es igual. Independientemente del lugar que se ocupe dentro del arco parlamentario, parece que definitivamente ha calado la opinión sobre la ineptitud e ineficacia de nuestros pésimos políticos. Sin duda a la formación de esta opinión han contribuido las manifestaciones de grupos como el 25S o el 15M pero también los propios dirigentes políticos, con su característica miopía y cortoplacismo, al hacer generalizaciones simplistas y extender la sombra de la duda cuando aparecen por ejemplo casos de corrupción. ¡Todos son iguales!, es el lema.
Un análisis de las políticas adoptadas y del ejercicio de responsabilidad por parte de los distintos partidos demuestra que no todos son iguales. Cierto que todos, al menos los que han tenido responsabilidades de gobierno, se han equivocado gravemente pero la acusación se centra en el aspecto doloso de ese ejercicio y con esta opinión no puedo estar de acuerdo.
Y es que filias y fobias sobre política tienen un grado de irracionalidad interesante. Muchos votantes se mueven – nos movemos – más por identificación o afinidad con los candidatos que por su discurso político. Si a este marco conceptual explicado por Lakoff, añadimos nuestra convulsa vida política durante el siglo pasado visualizada en su cúspide por una larga y cruel dictadura que dividió a España en dos, y si lo aderezamos por nuestra sangre latina que nos hace movernos más por pasiones que por razones, encontramos el caldo de cultivo perfecto para líderes carismáticos y demagogos populacheros. Prueba de ello es el escaso valor que nuestro país tienen los programas electorales: casi nadie los lee y, por tanto, los distintos gobiernos no se sienten obligados por un documento que, debiendo ser un contrato social, tiene el mismo valor que un papel mojado.
Esta adhesión un tanto irracional tiene su máxima expresión a nivel nacional en el voto fiel del PP. Se estima que, con independencia de sus políticas, unos ocho millones de personas votan inexorablemente al PP. Pero a escala más reducida tiene otras expresiones no menos sorprendentes e inexplicables desde fuera de su realidad social. ¿Cómo se explica si no las mayorías absolutas del PP en Valencia cuando objetivamente su gestión en términos comparativos tiene unos resultados desastrosos y además una parte importante de la cúpula política está inmersa en casos de corrupción? ¿ O cómo se explica que el PSOE haya conseguido nuevamente el gobierno andaluz – con una bajada importante de votos, es cierto – cuando es más que evidente el desgaste después de muchos años de ejercicio del poder, con la añadidura de sonados casos de corrupción política?.
Aunque a cientos de kilómetros pueda parecernos sorprendente, estos resultados son producto de un proceso de identificación con los candidatos vinculados a la idiosincrasia social o las experiencias vitales. Si alguien conoce la sociedad valenciana se explicará perfectamente porque allí triunfan determinados personajes aunque sus proyectos políticos estén salpicados de desmanes y corrupciones. La vanidad, la presuntuosidad, la fiesta,… tiene mucho que ver con esas mayorías absolutas.
En Andalucía hay un dato que explica claramente el apoyo mayoritario a los políticos  progresistas. Mientras que el mundo rural vota por partidos de izquierda, todas las capitales de provincia y grandes poblaciones tienen ayuntamientos del PP. Parece que en el ideario colectivo está muy grabada la figura del señorito que campaba a sus anchas por aquellos pueblos acaparando riquezas, alardeando de su gloria y atentando contra la dignidad de los jornaleros y, por tanto, cualquier conexión mental entre esta figura y un partido político, en este caso el PP, rompe cualquier resistencia al voto hacia los partidos contrarios. Si además alguno de los candidatos encarna visualmente la esencia misma del señorito andaluz, la reacción de los votantes es la que ha sido, por muy sorprendente que pueda parecer en el otro extremo de España. En Extremadura, con parecidas realidades, ha ganado un político del PP de aspecto sencillo, accesible, descorbatado y exbombero.
En las últimos sondeos de opinión sobre intención de voto baja espectacularmente el PP pero también baja el PSOE, contra toda lógica racional porque el desgaste de gobierno lo está sufriendo Rajoy. No lo achaco primordialmente al incumplimiento manifiesto de su programa electoral sino a las expectativas que se habían creado en la sociedad sobre la desaparición de los problemas con la llegada al poder de Rajoy. Nuevamente la gente se identifica con un líder que cree que es un buen gestor, que tiene soluciones para todo, que su sola presencia provocará la disolución de los problemas. Como la gente nota que todo eso era una ilusión y que sus expectativas no sólo no se han visto cumplidas sino que manifiestamente han empeorado, el repudio electoral es importante.
Entre tanto, el PSOE soporta estoicamente los reproches sobre la herencia recibida y la idea de que todos son iguales. Rubalcaba está claramente identificado en el imaginario colectivo, igual que el señorito andaluz, con la anterior etapa del gobierno socialista. Su figura crecerá sin duda con el tiempo porque su tarea de gobierno estuvo plagada de éxitos, sobre todo en la lucha antiterrorista, pero al igual que Felipe González tuvo que irse porque sus críticas eran compensadas con el permanente reproche de la corrupción de su último gobierno y los GAL, sobre Rubalcaba siempre pesará el estigma de haber sido vicepresidente del Gobierno de Zapatero.
De los últimos sondeos también es destacable el alto porcentaje, en constante subida, de la abstención. Una parte importante del electoral está pendiente de encontrar ese espejo en el que reflejarse porque las referencias actuales de los partidos de gobierno, Rajoy y Rubalcaba, no representan lo que ellos desean. ¿Cómo romper esa indecisión?. Con la presentación de un nuevo candidato, inmaculado, el PSOE podría arrastrar una importante masa de esa abstención. Uno de estos días justificaré porque un joven diputado socialista podría ser un buen candidato.

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