viernes, 19 de abril de 2013

Las cabinas


Ayer por la tarde volví a recorrer parte del trayecto que iba de casa de mis padres a la universidad. Hacía años, muchos años que no caminaba tranquilamente este itinerario. A pesar del tiempo transcurrido, nada parece haber cambiado. Todo está en el mismo sitio y con el mismo aspecto: los mismos edificios, la mismas calles y avenidas, los mismos colegios, la misma luz,… Hasta los árboles parecen no haber crecido. Contemplando uno de ellos, parado frente al paso de cebra, pienso en lo que tienen que sufrir agobiadas sus raíces por el cemento y sus hojas por la contaminación del tráfico. Quizá por eso no hayan crecido en estos largos 25 años.
 El Huerva, con las lluvias de estos meses, parece por fin un río y no esa cloaca nauseabunda que languidecía en el último tramo de su vida, después de atravesar polígonos industriales y la parte sur de la ciudad. Como también se ha limpiado la maleza de este tramo, el río se ve correr despejado y hasta hace ruido en su caminar, contento con las aguas del cielo y la falta de residuos debido a la crisis industrial.
Muchas tiendas han cambiado, aunque siguen sorprendentemente iguales algunas de ellas. El quiosco donde compraba el periódico – no todos los días porque los escasos dineros de los estudiantes siempre debían priorizarse – tiene la misma fachada; los agustinos no han reformado el patio desde entonces; el Paseo Cuellar sigue exactamente igual,… Hasta que no se ha cruzado en mi perspectiva la visión del tranvía que pasaba por Fernando, el Católico tenía la sensación de haberme metido en el túnel del tiempo.
Sí he percibido un cambio sustancial en una cuestión en la que hasta ahora, quizá por mi dependencia inconsciente del coche, no había reparado. ¡¡ Han desaparecido las cabinas telefónicas de la ciudad !!. Posiblemente hace años que hayan desaparecido pero sólo he sido consciente de su ausencia al pasar por el Camino de las Torres y no ver la cabina en la que llamaba a mis amigos y amigas para quedar a tomar una cerveza o dar una vuelta.
Nos hemos acostumbrado rápidamente a este mundo lleno de móviles y nuevas tecnologías que hacen desaparecer entre otras cosas las cabinas de nuestras ciudades. Mucho mejor, visualmente encontrarte un pegote estandarizado en todas las esquinas estratégicas de la ciudad no dejaba de ser un artilugio que afeaba bastante el entorno. Pero es que además ahora puedo escribir mis sensaciones unos minutos después y que desde cualquier parte del mundo puedan leerlas. Ahora, dentro de unos minutos, ese “amigo” estudiante de español que me lee desde Suzhou podrá hacer prácticas leyendo mis sensaciones.
Desde luego no ha habido revolución más importante y más callada que la irrupción de las nuevas tecnologías. Siglos de bombas, sangre, sufrimiento, revueltas y revoluciones no han conseguido transformar tanto nuestro mundo como el silencio de Internet. El arma más peligrosa para el poder establecido es hoy un móvil en manos de un manifestante. Y para la información, nada mejor que una persona grabando la llegada de los maratonianos en Boston. Ahora el pijo del pueblo ya no tiene que ir a la ciudad para comprar la más rabiosa moda actual – cachis - . Y hasta puedes compartir avión con la reina o la duquesa de Alba. O con el nieto de Franco, como me tocó de regreso de Marrakech… Por cierto, su mujer, esa chica que antes salía en la tele con temas de sociedad, no está tan buena ni es tan interesante como parece. Y es que en muchas ocasiones, el directo, los ojos, el tacto y la carne no tienen competencia. A cada uno lo suyo.   

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