miércoles, 12 de junio de 2013

Los cerdos y los señores de negro

Quizá con un ejemplo mundano se explique mejor. Es la historia de dos granjeros que se dedicaban a criar y engordar cerdos. Uno, con evidentes éxitos comerciales, alimentaba a sus animales con los mejores piensos, además de darles algún lujo añadido como aire climatizado para evitarles los fríos y calores, porque su pretensión era enviarlos lustrosos a las mejores carnicerías donde se apreciaba el jamón y los buenos embutidos aún a costa de pagar un poco más. El otro, a pesar de disfrutar de algún golpe de suerte, no había tenido demasiada fortuna en su estrategia empresarial y criaba a sus pobres cerdos en viejas pocilgas, alimentándolos con lo que podía: piensos baratos, restos de comida, desperdicios,…
Reflexionando sobre la marcha de su granja, el primero decidió ahorrar un poco en los gastos que le generaba el engorde y tomó medidas como rebajar un poco la categoría de los piensos y limitar el uso del aire acondicionado para los días de temperaturas extremas. No obstante, sus cerdos seguían siendo sonrrosadamente gorditos y, salvo algún avispado charcutero, nadie reparó en los recortes en el gasto que había puesto en marcha.
Llegó la crisis, y si ya antes el segundo granjero tenía problemas para colocar en el mercado sus animales, ahora esa empresa resultaba casi imposible porque las carnicerías despreciaban sus huesudos cerdos y los que conseguía vender lo hacía después de costoso proceso de regateo con los profesionales del cuchillo que le acarreaban cuantiosos descuentos en el importe de las transacciones.
A pesar de competir en el mismo sector, mantenían formalmente unas buenas relaciones y de vez en cuando charlaban sobre la marcha de los negocios y se daban mutuamente alguna recomendación. Como era evidente la distinta marcha de sus respectivos negocios, el primero asumió de forma natural el papel de asesor y le propuso sin reparos recortar los gastos de mantenimiento de su granja, poniéndose como ejemplo de lo que él hizo tiempos atrás con los buenos resultados actuales. En su desesperación, como último recurso, el segundo puso en marcha un plan de austeridad para conseguir que la venta de sus cerdos, poco presentables y pagados en consonancia, le fuese más favorable. Redujo pues la ración de pienso y renunció a los pocos productos que utilizaba para limpiar la granja, con un resultado desastroso a los pocos meses: todos sus cerdos murieron, unos de hambre, otros sacrificados al enfermar por infecciones.      
¿A cuento de qué viene esto?. Resulta que ahora el FMI reconoce que las medidas económicas exigidas a Grecia y aplicadas a rajatabla por el gobierno como contraprestación por el rescate financiero no han dado el resultado deseado. El FMI, por fin, reconoce que sus exigencias de recortes económicos y sociales han conseguido el efecto contrario al deseado, que no era otro que comprometer al estado griego y asegurar el pago de las deudas contraídas con los poderes fácticos de la economía europea. A costa de que los bancos alemanes vieran garantizadas la devolución de todos los créditos que los griegos habían contraído, han conseguido su asfixia económica y que por tanto esa garantía sea puesta en tela de juicio. Porque - seamos claros – al FMI y demás agentes económicos les importa un bledo el presente y futuro de los griegos y griegas. Les interesa, en exclusiva, que las vacas sagradas financieras vean cuadrados los balances sin poner en peligro sus intereses empresariales.
Que los griegos vivan en la miseria, que se incremente la violencia social, que aumenten los suicidios, que los niños no tengan ni un miserable mendrugo que llevarse a la boca,… eso les importa un pimiento. No es éste el motivo que ha propiciado una revisión crítica de los planteamientos y estrategias del FMI porque sería reconocer una cierta preocupación social en los jerarcas que toman las decisiones económicas. La entonación del mea culpa responde exclusivamente a la preocupación porque el DB y demás no recuperen el dinero invertido en intereses griegos ya que sus medidas han creado un estado fallido incapaz de generar ningún tipo de riqueza que permita a los helenos pagar religiosamente sus deudas.

Estas revisiones de los desatinos me producen sonrojo por el grado de irresponsabilidad que destilan. Señores se supone que inteligentes, con formación y curriculum brillantes, seriamente trajeados – los hombres de negro les llaman - adoptan decisiones que llevan el sufrimiento y la desesperación a millones de personas sin el menor atisbo de remordimiento. Quizá sus cerebros han sido programados para no tener conciencia ni sentimientos – posiblemente ocupar las neuronas con fórmulas macroeconómicas es incompatible con un mínimo de empatía – pero alguien debería desempolvar sus documentos firmados y, además de ponerlos de patitas en la calle, afearles públicamente su incompetencia y falta de atino. Como obviamente consideran que todos los que no pertenecemos a su élite somos más parecidos a los cerdos del ejemplo que a personas respetables, toman decisiones trascendentales en base a deducciones de un simplismo que, si tuviesen algo de vergüenza, les haría caer la cara. Como Alemania tomó en su momento decisiones de recorte de su estado de bienestar y eso ha funcionado – algo de dudosa afirmación – debemos aplicar la misma medicina para esos estados del sur que no hicieron sus deberes, olvidando – o sin querer ver – que un recorte en un estado del bienestar como el alemán representa una gota en un vaso de agua, mientras que para Grecia supone hacerlo añicos. Y lo más gracioso – si es que alguien le puede ver la gracia a la cuestión – es que nadie dimite por incompetente. Yo les daba una patada en el culo y les ponía un pompom para su escarnio público. Quizá sería bueno que empezásemos a citar algunas sesudas previsiones económicas realizadas por expertos afines al liberalismo imperante sobre el crecimiento económico para el segundo semestre o la creación de empleo para el primer trimestre y luego auditarlas con la realidad. Así podríamos callar la boca a alguno con nombre y apellidos, para contrapesar el abusivo anonimato de los hombres de negro.     

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