lunes, 19 de agosto de 2013

Siempre nos quedará el ejército

Ya tenemos otro grave problema en Egipto. Los aplausos internacionales con que fueron recibidas las primaveras árabes de Túnez, Libia y Egipto se han convertido en ráfagas de metralleta contra la población civil. La caída de los sátrapas norteafricanos, apoyada por casi toda la comunidad internacional, está virando peligrosamente hacia de su punto de nacimiento con el apoyo de las potencias a un golpe de estado egipcio que impone el orden ante la desordenada democracia. Así es como se entiende la libertad, la democracia y la autodeterminación de los pueblos en este orden mundial en el que todos estos dogmas finalizan cuando el devenir de los hechos no agrada a los poderosos liberales.
Ya pasó en la Argelia de los años 90 en donde los “delirios libertarios” trajeron al poder, por el apoyo popular en las primeras elecciones libres y democráticas, a un partido, el Frente Islámico de Salvación (FIS) que no gustaba nada a los educados y bienpensantes occidentales. Más de veinte años después ocurre exactamente lo mismo en Egipto: los Hermanos Musulmanes, elegidos libre y democráticamente, son retirados del poder por las armas del ejército, su líder encarcelado ilegalmente, la población civil masacrada y Occidente aplaudiendo el nuevo orden del que pretendían alejarse los egipcios.
Desde mi concepción civil de la sociedad, no me gustan nada los gobiernos que confunden las leyes con la religión – por muy democráticos que sean -  y que pretenden que principios religiosos rijan la dirección de las sociedades civiles. Por muy democrática que sea la victoria de Morsi yo nunca le hubiera apoyado y mucho menos votado. Pero su partido tenía toda la legitimidad que le otorgaron las urnas para gobernar Egipto. No es tolerable que la democracia sea alabada como el mejor sistema para crear una sociedad civil justa y avanzada, con la condición de que el elegido sea el agrado de los poderosos occidentales, rusos o chinos. En caso contrario, los golpes de estado se convierten en la herramienta sangrienta para establecer el orden, convirtiendo la infamia en moralidad.
Algunos ya teníamos nuestras dudas sobre el carácter impulsivo a modo de reacción popular improvisada y espontánea de las primaveras árabes. Algunos ya intuimos un nauseabundo olor a población manipulada cuando analizamos la situación geopolítica de estas primaveras. No fue casual que Argelia quedara al margen de estos movimientos a pesar de hacer frontera con Túnez y Libia. Los estrategas tenían la seguridad de que un movimiento democrático argelino volvería a poner a los musulmanes en el poder y optaron por dejar al país en un eterno otoño al margen de las primaveras tunecinas y libias.
Ya tenemos otro país con una inminente guerra civil soterrada. Ahora parece que la estrategia a seguir es declarar ilegal a los Hermanos Musulmanes y volver a convocar elecciones “libres” con partidos del agrado de la poderosa comunidad internacional. Dentro de unos meses tendremos otra aparente democracia pilotada por un gobierno títere sin apoyo popular y, para desgracia de la comunidad internacional, otro país árabe en llamas.
Para los que tienen la simpleza del cortoplacismo o del reduccionismo expresado por George Bush de “buenos y malos”, lo que estos días está ocurriendo en Egipto, con centenares de muertos por defender sus ideales (por muy equivocados que sean), les puede servir de contestación ante la sorpresa de los líderes que proliferan por otras partes del mundo que tradicionalmente han sido consideradas los basureros de los poderosos. Los Chávez, Castros, Maduros, Morales,… son consecuencia de estas políticas simples, cortoplacistas, reduccionistas y miopes que pretenden organizar el mundo bajo el prisma de los intereses de una élite alejada física y mentalmente de los nativos.
Previsiblemente la crisis generará gobiernos extremos que aglutinen el malestar de millones de personas que sufren las consecuencias de políticas y estrategias en las que ellos no han tenido ni arte ni parte. La crisis de los partidos mayoritarios en el sur de Europa pueden generar partidos comunistas, ultranacionalistas o fascistas que reciban el apoyo mayoritario de ciudadanos hartos de tener que tragar con las medidas diseñadas por elegantes bienpensantes. ¿También el ejército pondrá las cosas en su sitio y formará coalición con la troika para marcar la senda correcta por la que deben circular los designios europeos?.                     

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