martes, 12 de noviembre de 2013

Se abre el telón: una mesa surrealista

La escena se desarrolla en una casa de la Castilla profunda. Son las 2 de la tarde y los comensales se disponen a dar buena cuenta de una opípara comida a base de bacalao. Es Semana Santa, tiempo de ayuno. Como procede por estos lugares, ellas se afanan en preparar la mejor mesa mientras ellos hablan de cosas triviales como el fútbol, el mal tiempo o la misa a la que acaban de asistir. Ellas, entre el ruido de vidrio, cubiertos y platos, solo hablan de lo bien que ha estado el señor cura en el sermón.
Sentados en la mesa rectangular del salón, la disposición es la siguiente:
-     A un lado preside el señor de la casa. A pesar de su edad, todavía guarda ese aire de mozo fuerte, curtido por el viento seco  y frío de la dura meseta. De joven emigró a la costa en busca de mejor fortuna. Ni siquiera él sabe si su orientación franquista le viene de antes de asumir el trabajo de policía o fue consecuencia de ello. Con el devenir de los años ha conseguido moderar sus postulados y ahora se define como votante incondicional del PP.
-     A su derecha, su esposa. Típica señora de la España postfranquista, llena de tópicos y sujeta a infinitas manías. Su pose social es de sumisión a su marido, como mandan los cánones, pero rápidamente el espectador se dará cuenta que ella es la que corta el bacalao, hoy para comer y en casi todas las ocasiones. Bastante beata, tiene una preocupación controlada por el que dirán y por la buena prensa de su familia. A veces toma partido en algún sentido que me hace pensar que en el fondo, muy en el fondo, si no fuera un producto tan estereotipado podría haber sido incluso una mujer medianamente interesante. Sufre en silencio con una pena muy honda algunos acontecimientos familiares que te recomen y su máxima preocupación es como justificar socialmente esos desmanes.
-     A su derecha, su hija. Delgada, con buen tipo y bastantes delirios de grandeza. Casada por despecho, separada por necesidad, leal por interés e infiel por naturaleza,… comparte sus ratos libres con su novio. Su necesidad de aparentar ser una hija perfecta condiciona la relación con sus padres, navegando sin demasiado éxito entre la mentira, la manipulación y la adulación. Cree que adora a sus padres cuando en el fondo les tiene pavor y sus padres se sienten adorados cuando saben perfectamente que eso se llama miedo. La universidad y algún noviete progre le han hecho, para su desgracia, votante de izquierdas. Tiene bastantes problemas y contradicciones mentales para  compatibilizar su ideología con los postulados inculcados por sus padres.
-     A su derecha, una silla vacía.
-     Al lado de la silla vacía, la tía. Todos llaman tía a esta señora oronda, excesiva en todo menos en el carácter. Amante durante decenios de un señor importante, quedó en la más absoluta soledad y soltería cuando éste falleció. A pesar de sus antecedentes, no públicos pero sí conocidos en la pequeña sociedad, pretende aparentar toda la nobleza y postín de una recatada señora de provincias. Como refugio de sus luchas internas y salvoconducto de las críticas sociales, buscó acomodo en forma de matrimonio, ya pasados los 70, en el señor que se sienta a su lado. Como persona de orden adora la Monarquía y para contentar a su marido dice que es el que puso Franco para dejar a España como Dios manda.       
-     En la otra presidencia, en el otro extremo de la mesa, el marido de la tía. Señor enjuto, el típico español enclenque como consecuencia de la hambruna franquista. Olvidadizo, como muchos de su historia personal, sólo habla de lo bien que lo hizo Franco. Verle hablar de aquellos gloriosos años llenos de abundancia, justicia y trabajo causa el mismo impacto que asistir a una charla sobre técnicas para asar bien el chuletón impartidas por un anoréxico. Guardia civil de profesión, quedó viudo hace solo unos meses. Ante su total ineptitud para llevar una casa, y siguiendo las recomendaciones de su hijo – sentado a su derecha -, buscó desesperadamente a una mujer para que le aviara las cosas de cada día. Algunos dicen que todavía estaba caliente el cuerpo de su mujer cuando llevó al altar a la tía.
-     El hijo es sacerdote. Un sacerdote moderno en las formas y absolutamente carca en los pensamientos. Es lo que tiene ser un sarasa afectado. Nadie cuenta nada de él que no sea sobre sus años de estudiante en el seminario y su ejercicio del sacerdocio en un pequeño pueblo de Salamanca. Tampoco es demasiado hablador y casi toda la conversación que tiene es a base de cotiquellos y murmullos con su amigo, que se sienta a su derecha.
-     El amigo del sacerdote es otro cura. Representa el papel del macho de la relación y es por tanto todo un señor en lo físico. Alto, fuerte, barba cerrada, feo como él solo,… es el perfil que atempera las conciencias de la familia ante el amaneramiento del hijo. ¿Cómo va a ser maricón un tío con semejante planta?. No le hace demasiado caso a su amigo y es capaz de mantener el ritmo de la conversación general sin dejar de atender los susurros de su novio. El espectador no tendrá ninguna duda de quién lleva la batuta en la cama y quién se pone siempre a cuatro patas.
-     A su derecha, la nuera. Íntima amiga y confidente de la hija. No tiene ningún complejo en manifestar su posición de nueva rica. Le gusta ser escuchada porque es la que sabe de todo. Habla de política con una simpleza que raya la ignorancia y cuando alguien le enmienda la plana siempre termina diciendo que ella de política no entiende. El espectador pensará que es lo único de lo que no entiende.
-     Y a su derecha, y para cerrar el círculo, el hijo de la casa. Éste no debió encontrar a nadie interesante en su paso por la universidad porque es un perfecto adolescente de 50 años: sólo le preocupa tener el coche más bonito del barrio y llevar buena música. Por buena música entiende el bacalao y sus innumerables actualizaciones monotemáticas.
El de la silla vacía, fuera de la vista del espectador, está cagando en el váter, ojeando una revista de coches que ha encontrado en el bidé, escuchando las conversaciones que vienen del salón y preguntándose qué demonios pinta en esta escena.

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