miércoles, 15 de enero de 2014

Los juicios de la ignorancia


No sé si lo escuché, lo vi o lo leí, pero hace unos meses alguien se quejaba sobré porqué tenía que pagar la sociedad española en general los desmanes políticos y financieros de una élite que se había dedicado a saquear la economía del país en beneficio propio. ¿Por qué tenemos que pagar con impuestos el rescate de la banca cuando es evidente que su ruina fue producto de una gestión inepta, irresponsable e ilícita? ¿Por qué nos recortan derechos en sanidad, educación, protección social,… cuando no tienen empacho en seguir inyectando dinero –otro eufemismo- en un rescate bancario  inmoral?. ¿Por qué me suben los impuestos, me hacen pagar los medicamentos, quitan la gratuidad de los libros de mis hijos, me dificultan el acceso a la jubilación,… cuando los urdidores de todo ese tejemaneje siguen campando a sus anchas e incluso dando lecciones de estrategia política?.

¿Por qué?,… me preguntaba yo hace unos días se rompe esa relación coherente y necesaria entre la acción y la responsabilidad. El principio imprescindible de relación causal para organizar nuestra sociedad parece haberse quebrado con estas preguntas y ahora, por similitud, es posible que los excesos de velocidad del vecino se me carguen a mi cuenta corriente, los retrasos en los gastos de comunidad de mi compañero de trabajo se ejecuten contra mi patrimonio o incluso – no todo va a ser en mi contra – a partir de ahora puedo pedir que cuando vuelva a caerme de la bicicleta le escayolen la pierna a la primera persona que haya acudido en mi socorro.
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No puede ser todo tan incoherente, me preguntaba. Admitir, aunque sea de forma inconsciente, esa quiebra supone volver a las cavernas, a la ley de la selva, en donde el único principio de justicia social era que la razón siempre la tenía el más fuerte. Sobrarían entonces los procedimientos administrativos y leyes de enjuiciamientos para solucionar todos los problemas a base a la fuerza bruta. No puede ser…
Buscando el extremo del hilo para desatar el embrollo también hace unos días leí o escuché que allá por marzo de 2008, en plena borrachera de burbuja inmobiliaria, cuando todos éramos ricos y guapos, además de estar encantados de habernos conocido, los estudios del CIS decían que para casi el 40% de los españoles su mayor preocupación era ETA y que la corrupción y el fraude sólo lo eran para el 0,2% de la población.

Una sociedad que renuncia al control político, una población que únicamente valora la situación personal olvidando el interés general, una sociedad que se satisface devorando los mensajes interesados y perdiendo toda capacidad crítica,… esa sociedad es responsable de las fechorías y desmanes de sus líderes. Y por eso tenemos que pagar con nuestros impuestos y con la pérdida de derechos todas las canalladas realizadas por los Bárcenas y los Blesas, entre otros, porque mientras éstos esquilmaban nuestra economía sin esconder lo más mínimo su tren de vida (cacerías africanas, heliesquí en Canadá, mansiones en playas y montañas,…) los españolitos estábamos a la sopa boba. Sólo 1 de cada 500 personas pensaba que lo que ahora es el cáncer de nuestra sociedad entonces era motivo de preocupación. El resto estaba muy preocupado por una ETA que hacía mucho que no mataba, por los inmigrantes que nos había traído la prosperidad económica y sólo algunos por el paro y la situación económica.


No nos lamentemos. Tenemos lo que merecemos. Y de poco consuela ver que a pesar de la cruda realidad las encuestas siguen reflejando esa irresponsabilidad e inmadurez innata a las opiniones electorales de los españoles. Dice el refrán que sólo las personas tropiezan dos veces en la misma piedra. Me pregunto cuántas tendremos que tropezar los españoles para darnos cuenta que la realidad que vivimos no es producto del azar, ni de la perversión natural de la raza hispana, ni siquiera de la tradicional picaresca de nuestra forma de vivir la vida. La cruda realidad es la natural consecuencia de un comportamiento caracterizado por la falta de compromiso social.    

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