miércoles, 16 de marzo de 2011

Hiroshima y Fukushima


Parece que la palabra Japón va a ser unida inexorablemente a catástrofe nuclear. Guerras que finalizan con la explosión de bombas atómicas o terremotos que hacen reventar centrales nucleares. De cómo un pueblo que sufrió las nefastas consecuencias de Hiroshima y Nagasaki es capaz de repoblar su territorio con centrales que utilizan la misma materia para generar energía sería un interesante debate sociólogico. Parece que en Japón, en contra el popular refrán, se puede mencionar la soga sin temor a recordar su ahorcado pasado.

80 años después otro acontecimiento nuclear mantiene en vilo a Japón y al mundo entero. No sabremos sus verdaderas consecuencias hasta unos días, meses o años; quizá nunca sepamos los verdaderos efectos del accidente nuclear porque esta industria se caracteriza entre otras cuestiones por su oscurantismo y falta de información. Pero es evidente que ya desde hoy todas las alarmas mundiales están encendidas por las fugas radioactivas.

Y se ha abierto, por si alguna vez se cerró, el eterno debate pro y antinuclear. Unos dicen que no es el momento de tomar decisiones porque en caliente, con una catástrofe en gestación, no se tendría la objetividad y flema adecuadas. Otros dicen que ahora más que nunca porque han quedado al descubierto las miserias de las centrales nucleares y por los suelos su credibilidad como fuente de energía segura. Merkel toma decisiones estratégicas en caliente y es alabada o acusada, dependiendo de los bandos, de tener las cosas claras o de ser una oportunista política. La comunidad internacional en general pide prudencia y se abona a la idea de no tomar decisiones de forma impulsiva.

En mi opinión, lo cortés no quita lo valiente. De la misma forma que tomar o anunciar decisiones en estos momentos es irresponsable, precipitado o demagógico ( o las tres cosas a la vez), eludir el debate sobre la energía nuclear es pretender ocultar la realidad y hacer caso omiso a las alarmas que nos genera la misma realidad. Por tanto, en mi opinión, debate sí; toma de decisiones, no.

Y también frente a la opinión mayoritaria, creo que no se trata de un debate técnico. Es un debate político, profundamente político. Los técnicos básicamente ya han dicho lo que tenían que decir. Los pronucleares defienden este tipo de generación de energía en base fundamentalmente a la falta de alternativas energéticas que sean suficientes en su capacidad y estables en su generación, al progreso de la tecnología que las hace bastante seguras y a la disponibilidad de la materia prima frente a la dependencia externa de los hidrocarburos. Los antinucleares básicamente que se trata de una energía muy peligrosa en su generación, que es una ciencia todavía poco conocida y que existen antecedentes de catástrofes cuyas consecuencias duran muchos años.

¿Porqué creo que el debate está claramente en el terreno político?. La realidad nos demuestra objetivamente que las centrales nucleares son peligrosas. Cuánto de peligrosas es opinable pero una alarma mundial no se genera gratuitamente. Las centrales son seguras, al margen del problema de los residuos, mientras no ocurra nada extraordinario. Y como el hombre no deja de ser una marioneta cuando la naturaleza nos recuerda que vivimos en un planeta vivo( por mucho que demasiados se crean dioses)cuando se desatan las fuerzas naturales, todo su potencial de peligrosidad se pone en evidencia. Fukushima sólo ha tenido el mérito para ser conocido a nivel mundial gracias a las consecuencias de un gran terremoto, pero ese mérito por desgracia en ocasiones ocurre. Hoy por hoy parecen imprescindibles porque la demanda de energía no podría satisfacerse ni de lejos si apagásemos todas las nucleares. Bien, ahí es donde está el campo político: si ponemos en la balanza su potencial peligroso (coste) y valoramos su necesidad presente y futura (beneficio), las políticas públicas deben optar entre todas las alternativas posibles: potenciación, desaparición paulatina o radical, prohibición o fomento en el futuro,… Y esa es una decisión política.

Queremos un futuro con edificios raros, con matras enormes fumando vapor de agua y bolas gigantescas de hormigón o preferimos feos molinos, placas solares, centrales de biomasa, saltos de agua,…. Hemos avanzado en las energías renovables en pocos años más que en toda la historia; hemos avanzado en el coche eléctrico en escasos cinco años más que en cien años de automoción petrolífera; hemos descubierto en pocos años que una casa en el campo no precisa de un tendido eléctrico para hacerla medianamente habitable,… Esa es la decisión: investigamos en uranio o investigamos en otras alternativas. Inexorablemente parece que el presente debe ser nuclear porque no podemos prescindir de la dependencia del uranio pero... ¿también lo debe ser el futuro?. Y esto es política en estado puro.

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