jueves, 11 de julio de 2013

Buscando la mosquitera...

-        ¿Dónde dejaste la mosquitera del balcón?.
-        Yo no la guardé, la quitaste tú. Yo te ayudé a plegarla y no sé más.
-        Es que llevo varios días buscándola y no hay manera.
-        ¿Has mirado en la habitación de la plancha?.
En casi todas las casas, cuando quedan habitaciones vacías, una la acaba ocupando la plancha con su correspondiente tabla permanentemente desplegada. Cuando se van los hijos o fallece la abuela, inexorablemente ese cuarto pasa a ser “la habitación de la plancha”. Y así, siguiendo la recomendación, ayer por la tarde entré al abordaje en esa habitación con la finalidad de localizar la maldita mosquitera.
En lo alto de un armario hay tres cajas de cartón a rayas azules y blancas. Sabía que estaban allí pero nunca había reparado en lo que contenían. Como parece ser que yo fui el que finalmente guardó el año pasado la mosquitera, tenía la seguridad de que en esas cajas no estaba. Así que sin ánimo de encontrarla, me dispuse a husmear en su contenido esperando encontrar muchas cosas inútiles que permitirían ganar algún espacio en el armario. Bajé las tres cajas, las apilé en un lateral de la tabla de planchar dejando el otro para ir abriendo una a una cada caja, con la intención de dejar en el suelo lo que acabaría en la basura.
La primera estaba llena de bolsas de cartón de tiendas de moda; no digo marcas por no hacer publicidad pero, a ojo, se cumplía la ley de Pareto: el 80% correspondían a 2 firmas, gallegas para más concrección. La cerré y la devolví al armario: siempre viene bien tener bolsas de ese tipo, me dije. La segunda estaba llena de zarrios pequeños de Jorge: muñecos, miniaturas de bichos, bolas de resina seca, pelotas de pimpom,… y un portabebés de esos que se cuelgan del cuello para llevar al pequeño como si fueses un canguro. Creo que se llaman así: canguros. También la guardé porque considero que debe ser el propietario el que decida sobre el futuro de sus pertenencias. Y la tercera…… la tercera tenía recuerdos míos de hace años: viejos relojes, monturas de gafas usadas en otra época, tarjeteros y carteras, portarretratos de los que regalaban al revelar los negativos, bolígrafos con la tinta seca, postales,… y también había un pequeño álbum con fotografías y dos cartas. Ojeé con sorpresa las fotos (de mi época de Marruecos y de la madre de Jorge) y leí las dos cartas, cartas sin duda de una chica entonces muy enamorada.
Las hojeaba y las releía como quien encuentra un tesoro. O como quien encuentra algo que pensaba que hacía tiempo descansaba en algún vertedero. Con toda seguridad no había sido yo quien había guardado con tanto celo aquellos recuerdos en esas cajas que yo no compré. Razones haya que la razón no entiende pero rememorando las manos que ordenaron aquella caja y algunos comentarios de una gélida tarde de principios de siglo seguí comprendiendo algunas cosas que hasta ahora me parecían ridículas.
Por cierto, la mosquitera estaba en un cajón de la cocina.

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