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Ahora bien, el nuevo parlamento surgido de las próximas
elecciones, con una nueva configuración de mayorías menos influyente si las
tendencias electorales no sufren un vuelco radical, tendrá que abordar estas
dos cuestiones y aprobar una profunda reforma constitucional que avale nuestra
forma de gobierno y nuestro modelo de Estado. Los españoles y españolas tendremos
que decidir por referéndum si queremos monarquía o república y también
tendremos que aprobar un modelo de Estado claramente federal que 40 años
después otorgue la mayoría de edad a las comunidades autónomas.
La abdicación de Juan Carlos ha abierto un debate latente y
sólo podrá solucionarse la legitimidad de Felipe a través de un plebiscito.
Todo monarca para legitimarse debe tener su hecho histórico: Juan Carlos lo
tuvo, al menos mediáticamente, con la llegada de la democracia y su defensa de
la Constitución el 23F. Su hijo necesita su momento histórico de legitimación y ése no puede ser otro que un referéndum.
Cataluña volverá a votar en elecciones autonómicas y municipales
en menos de un año, y el arco independentista o favorable a la consulta popular
volverá a crecer. Rajoy contestará con su inmovilismo y con sus soflamas que
sólo contentan a sus simpatizantes pero dejando una patata caliente, una más,
para los siguientes. Esa será parte de su herencia. Y los siguientes no tendrán
más remedio que negociar con los crecidos nacionalistas un nuevo modelo de organización
territorial. No creo que haya referendum en noviembre. El Gobierno central no
puede permitirse una desautorización tan grave ante un electorado que siempre se
ha jactado de la clarividencia de la derecha en los temas que tienen relación con
la patria. Pero esa imposibilidad dará nuevas simpatías a los independentistas,
de tal forma que el panorama resultante de la convocatoria autonómica será un
dolor de cabeza para el nuevo gobierno postmariano. Mas, Artur Mas ya no plantea
que si el 9 de noviembre no puede convocar elecciones adelantará las
autonómicas porque el panorama para el primer semestre de 2015 lo tendrá muy
despajado. El resultado de las elecciones europeas, el inmovilismo de Rajoy y el
victimismo de una consulta no autorizada le da esperanzas renovadas en su pulso
con Madrid. El problema de Mas no es el PP; su problema es ERC.
Una de las acusaciones – y con razón – que se le hacen al PP
es su tendencia a legislar con el viento a favor de los acontecimientos. Es
este populismo rancio que hace endurecer el código penal ante un violador en
serie o un conjunto de exabruptos en las redes sociales. Los acusadores están
cayendo en el mismo error al aprovechar la inesperada abdicación de Juan Carlos
como argumento para pedir un referendum o exigir el retorno de la República. El
cuestionamiento de la Monarquía como forma de gobierno está puesto en la calle
de una forma clamorosa. Tiempo habrá de pedir la voz para que Felipe obtenga su
legitimidad. Y sin duda nos la tendrán que dar porque si la gente no puede
expresarse el cuestionamiento irá en aumento como lo hace el tema catalán.
Y entonces habrá que decir bien alto y como argumento
aquello de que ya basta de hipocresía, que los principios de igualdad, mérito y capacidad
que predican nuestros fundamentos sociales no tienen ninguna aplicación en una
sucesión de sangre caracterizada por sus privilegios, por sus nulos méritos y por su escasa
capacidad. Pero tiempo al tiempo.
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