Casi todo lo que ocurre en el fútbol explica muy bien el
contexto social. No me refiero a lo que sucede en el rectángulo verde en el que
una veintena de señores escenifica un espectáculo que mueve miles de millones
de sentimientos y pasiones. Me parece infinitamente más interesante la parte
sociológica, junto a todo el juego de bambalinas y submarinos, que se mueven en
torno a los jugadores y su balón.
El Real Zaragoza inicia su segunda temporada consecutiva en
2ª División. Los futboleros incondicionales están entusiasmados porque este año
se ha producido un cambio de Presidencia y el odiado Agapito Iglesias ya no toma
ninguna decisión sobre el club. Una nueva directiva con gente no contaminada
por el anterior equipo lidera los designios de La Romareda. Casi nadie conoce
los nuevos fichajes, nadie habla sobre lo bien o lo mal que juega el equipo,
nadie alaba o critica la estrategia del entrenador,… todo el mundo se centra en
que el malo de Agapito ya ha desaparecido y una nueva junta está tomando las
decisiones. Que casi nadie conozca las nuevas caras y que muy pocos aficionados
sean capaces de decir el nombre de alguno de sus nuevos directivos – y mucho
menos de sus trayectorias profesionales – es lo de menos; lo importante es que
Agapito ya no está.
Agapito no era ni mejor ni peor que otros directivos. El
boom del ladrillo generó esta raza de nuevos ricos que, chequera en mano,
desplazó a otros empresarios de los sectores más relevantes de la sociedad y,
como no podía ser de otra manera, una ocasión tan laminera y jugosa como ocupar
la Presidencia de un equipo de 1ª división, el único equipo aragonés de la División
de Honor, no se podía dejar pasar. Cometió el error de gastar una millonada en
fichajes en su primera presidencia con la intención de hacer un equipo puntero,
aspirante a Europa y a la Liga, y el cuento acabó como suelen acabar las
historias demasiado bonitas: tras una primera temporada brillante, tiró de
billetera, hizo una de las plantillas más caras de la Primera División y …
acabó descendiendo. Y a partir de ahí, con la soga al cuello y en cada jornada
apretándose más el nudo corredizo, consiguió merecidamente el papel de malo-malísimo.
Su final estaba cantado desde hacía tiempo: tenía que irse porque su falta de
apoyos era más que evidente y la situación social y económica del equipo era
insostenible.
Con la nueva directiva y el nuevo equipo gestor se han jugado
dos jornadas y el equipo ha empatado en las dos. Pero nadie dice nada de lo que
sucede en el terreno de juego. Las tertulias de oficina, de barra de bar y de
autobús,… los programas de radio y tele locales sólo hablan del aire sano que
se respira en el campo de fútbol desde que el Sr. Iglesias – otro más, éste
Agapito – ha desaparecido del mapa. ¿Y el fútbol?. Eso no importa, pensarán la
mayoría, con la ilógica esperanza sobre que ese nuevo aire por arte de magia lleve
al equipo hacia la victoria.
Mucho me temo que este año vivirán un nuevo calvario. Ahora
todo son fanfarrias y alegrías burlándose del malo-malísimo que ya no está.
Pero cuando lo que pasa en el campo de fútbol se valora únicamente por el
tamaño de las pancartas en contra de Agapito y no por el resultado final del
partido es que el objetivo se ha perdido completamente y por tanto toda la
estrategia está equivocada. Quizá cuando hayan pasado unas jornadas y se vea
que el equipo tiene los fundamentos técnicos que tiene, y que no se puede estar
perdiendo mucho tiempo criticando el pasado – por muy negro que haya sido –,
sin preocuparse por lo verdaderamente importante, por el presente, la masa de aficionados
se quite la venda de los ojos y empiece a exigir decisiones en función del
lugar que ocupe el equipo en el ranking de la división.
Iniciamos el nuevo curso político, y esta reacción del zaragocismo
me recuerda tanto a lo de la herencia recibida y a lo malo que ha sido Zapatero…
Mariano ha iniciado su último año – tengo esa esperanza – con buenas dosis de
autocomplacencia y dándose besos por su recuperación económica, volviendo a citar
irónicamente a los brotes verdes. Y anuncia nuevas reformas para apuntalar la
fantasmagórica recuperación que nadie ve y ninguno percibe. Toda una legislatura
sostenida sobre la necesidad de hacer recortes en el estado de bienestar y
empeorar las condiciones de vida de los españoles en base una herencia recibida
que nos dejó un país en la ruina, ruina de la que ahora estamos saliendo aunque
nadie encuentre la puerta. Otra pérdida del norte, otra estrategia equivocada
por un error en el objetivo que supongo tendrá consecuencias para el equipo, el
PP, a mitad de temporada. Porque el Sr. Rajoy no fue elegido para quejarse de
su antecesor sino para dar soluciones a un grave problema que estaba asolando
España y que él redujo como solución a un simple cambio de gobierno. Si
quitamos a Zapatero y me pongo yo el tema se soluciona sin grandes problemas
(la prima de riesgo se llama Zapatero, decía Soraya, y no tocaré ni la sanidad
ni la educación, se vanagloriaba Mariano). Pero pasados 3 años el problema
lejos de solucionarse se ha agravado y los cantos de sirena son cada día menos
creíbles. El equipo de Gobierno juega mal, no marca goles, su defensa hace
aguas,… y sólo quedan las declaraciones post partido sobre lo bien que se
juega, lo cohesionado del equipo, lo bueno que es el entrenador-presidente y
que cuando se tenga un poco de suerte ganar partidos y subir en la tabla va a
ser coser y cantar. Pues nada, tengamos esperanza aunque en el presente estemos
fastidiados y como consuelo hagamos ondear banderas del pasado: la herencia
recibida y la Sr. Agapito.
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