martes, 15 de octubre de 2013

El secreto de confesión o el estado de derecho

Resulta que un ladrón de arte sacro, en un acto de arrepentimiento, ha devuelto a una iglesia del valle de Arán una serie de obras que había sustraído mediante el uso de la fuerza en el año 1999. Según el portavoz del obispado, la información sobre los detalles de la devolución y la autoría del robo no se pueden facilitar por estar bajo secreto de confesión. Sospecho que el ladrón o alguien en su nombre pactó la devolución de los bienes robados y su forma de entrega postrado de rodillas en un confesionario.
Al margen del laicismo y del estado de derecho, sorprende que una sociedad avanzada vea con absoluta naturalidad la inmunidad penal de un ladrón o sus cómplices por el simple hecho de que la devolución de lo sustraído se haya hecho mediante confesión. El código penal no exonera a los que tienen conocimiento de la comisión de un delito y no actúan en defensa de la legalidad. Estos días, a cuenta del caso Bárcenas, hemos asistido a la toma de declaración como testigos de todos los secretarios generales del PP – Cascos, Arenas y Cospedal – y sobre las consecuencias legales que sufrirían si mentían u obstaculizaban la acción de la justicia. Pero hete aquí que, como decía nuestro querido Sancho, con la iglesia hemos topado y entonces sorprendentemente, ante la presencia de los altares y las sotanas, prevalecen los principios religiosos a los legales. Y que esto lo vea la opinión pública como algo normal me hace reflexionar sobre la todavía inmensa negritud de nuestro país que llena muchos cerebros de carbonilla frente a una modernidad de palabrería.
Desconozco quien era el propietario de esos bienes, si la Iglesia o el Estado, pero en todo caso la fiscalía debería llamar de oficio a declarar al cura que participó en esa confesión y pedirle, bajo amenaza de ser considerado cómplice de un robo, la identidad de las personas que cometieron el delito. Y que todas esas cuestiones de la confesión las dejemos de una vez por todas para el ámbito absolutamente privado de los creyentes porque cansados estamos, algunos incluso hasta la saciedad, de tener que soportar ese olor carbonífero que produce la mezcla de lo religioso con lo social.
¿No habría sido más sencillo decir, a pesar de todos los pactos y acuerdos entre el cura y los ladrones, que los objetos robados habían aparecido depositados para sorpresa de todos en un lugar remoto, a buen recaudo, sin saber ni quien los robó ni quien los devolvió?. Parece que toda esa parafernalia de la confesión y su secreto da un morbo a la gente que no se puede aguantar. Y es evidente que la sociedad sigue dando un valor a las cuestiones de los curas que a algunos nos hace dudar sobre el año y el tiempo en que estamos. La España negra está ahí, bajo una leve capa de pintura, y sólo con rascar un poco sale a relucir toda esa negritud que nos hace ser tan originales ante el mundo. España es diferente sigue más vigente que nunca gracias a una sociedad que no consigue quitarse de encima toda esa mugre que le ha acompañado a lo largo de la historia. Y así nos va.

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