La primera evidencia es lo negro que deben ver el futuro
próximo algunos dirigentes del PP para amenazar con la ocurrencia veraniega de
aprobar una reforma electoral que afectaría sólo a la elección de alcaldes. No
es necesario entrar en sus justificaciones porque, sabiendo de la lealtad y el
aborregamiento propios de su electorado, cualquier intento de análisis intelectual
de sus propuestas es un ejercicio cansino: hagan lo que hagan, la mayoría de
sus simpatizantes aplaudirán a sus dirigentes sólo por el hecho de que son de
los suyos.
Pero esta ocurrencia para las municipales se les puede
volver en contra. Arriola quizá todavía no ha valorado que, a costa de beneficiar
a unos cuantos que temen perder su alcaldía o que lamentan que tras ganar elección
tras elección son otros los que gobiernan en coalición, a lo peor consiguen en
términos globales el contrario de los efectos deseados.
Si finalmente se aprobara no entraría en vigor, tras su
trámite parlamentario, hasta un par de meses antes de las elecciones, en el
mejor de los casos. Es fácil imaginar el ambiente electoral en una campaña
salpicada por la acusación política de un intento de pucherazo por parte del
PP. Podrían conseguir lo que siempre ha temido el PP: que se creen coaliciones
preelectorales progresistas abarcando todo el arco ideológico de izquierda. Ni
en la peor de las pesadillas soñarían los alcaldables del PP con que el triunfo
del otro bando se debiera a la misma estrategia que ha utilizado históricamente
la derecha. Porque el éxito electoral del PP se basa, salvo algún intento anecdótico
y coyuntural, en aglutinar todo el voto conservador.
Además, una campaña calentada por semejante cacicada, propiciaría
una movilización del voto de izquierdas y todos sabemos por experiencia
demoscópica que el triunfo de la derecha es inversamente proporcional a la
participación electoral.
Y, por último, una medida semejante propiciaría – como ya
han reconocido algunos dirigentes del PP – que muchos ayuntamientos del País
Vasco pasasen a manos de Bildu. Una estupenda oportunidad para que el resto de
partidos les reprochara día tras día su hipocresía al predicar su cacareada firmeza
en las políticas antiterroristas a la vez que con su firma, y sólo con su
firma, se aprueban medidas que refuerzan a los amigos de los terroristas –
según su propia terminología -.
El PP podría fomentar un escenario en el que, por ejemplo,
la izquierda presentara sólo una candidatura en beneficio de una alcaldía
progresista, en el que los votantes de la izquierda fueran motivados a la
participación masiva ante el temor de una victoria clara del PP y en el que,
para colmo de los despropósitos, muchos ayuntamientos del País Vasco pasasen a
manos de los “terroristas” gracias a sus medidas.
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