jueves, 6 de enero de 2011

Ser de Ciencias


Viajo en el Ave leyendo un libro sobre la ingobernabilidad de nuestros cerebros. En la estación de Ciudad Real una chica guapa, de treinta y tantos, con cara simpática y cuerpo de Cocacola, se sienta dos filas por delante de mi, en la butaca del otro lado del pasillo. Tras acomodarse saca el portátil y empieza a ver un fichero de fotografías que parecen de un viaje de vacaciones. Sigo leyendo mi libro, a ratos miro la llanura castellana, a ratos miro las fotos y las piernas de mi compañera de vagón, a ratos pienso en los dos días que he pasado en el sur.

Parece que tanta foto, con las mismas personas y la misma playa, le aburren y las pasa sin apenas mirarlas. Quizá las haya visto tantas veces que han perdido por completo el interés de la novedad. En algunas se detiene un breve espacio de tiempo e intuyo que sonríe por algún detalle que hasta ese momento le había pasado inadvertido. Las últimas fotos las ve muy deprisa. Entra en Internet, y mientras el Ave bordea Madrid, lee varios periódicos digitales. Descubro que debe ser de Zaragoza porque entre la prensa que ojea se detiene en dos periódicos locales. Sin saber porqué me alegro y empiezo a soñar con un encuentro inesperado con una chica mona, de unos treinta y tantos.

Sigue por su correo electrónico  y, cuando el tren se detiene en Guadalajara, abre un anexo con algo que parece el croquis de una máquina o de una instalación. ¡Vaya, de Ciencias!, me lamento. Pierdo un poco el interés y me introduzco con más profundidad en “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”.

Al cabo de un rato la oigo teclear. Levanto la mirada del libro y veo que está escribiendo algo. Miro con detalle, me centro en la pantalla porque el fondo del escritorio me resulta muy familiar, focalizo mi mirada intentando descubrir la web, es un blog que empiezo a reconocer,… Releo el título del libro que llevó en mis manos pensando en las confusiones a la que nos lleva el cerebro. ¡ Todo debe ser un problema de gafas !, pienso sorprendido. Agito la cabeza para despertar de la escena y retomar el tema desde el principio. Pretendo de forma ilusa leer su mensaje pero la distancia entre nuestros asientos sólo me permite ver la extensión del mismo. Fuerzo mi postura para intentar acercar todo lo posible mis ojos a su ordenador y este ejercicio de contorsionismo, unido a la perplejidad que me produce lo que está viendo la chica de treinta y tantos en su ordenador, hace que tire al suelo mi libro, el móvil y un vaso de agua casi vació que tengo en la tortura de mesa de mi cubículo. Ella se gira para ver lo ocurrido y me lanza una mirada de desprecio propia del que piensa en la torpeza de los demás.

Recompongo mi habitáculo e intento abrir con celeridad mi ordenador, tecleando frenéticamente ante su lentitud, pretendiendo hacer simultáneas la rapidez de la máquina con la insistencia de mis dedos. Tras algún minuto allí lo tengo: “Me encanta cuando escribes en tu blog”. Se me pone un nudo en la garganta, bebo ridículamente las dos gotas de agua que han quedado en el vaso de plástico, miro confundido las montañas que rodean Calatayud como buscando una referencia que me saque del espejismo y me reubique en la realidad,… Tomo aire, me centro nuevamente en su portátil y sigo sin salir de mi asombro. Contesto: “No te voy a contar nada porque pensarás que estoy loco. Pero sé que eres morena, de cara redonda, cuerpo de CocaCola, treinta y tantos y, me parece, que de Ciencias”. Envío.

Miro su pantalla obsesivamente, impaciente, y segundos después escribe. “No has dado ni una. Ni siquiera soy una mujer”, leo. Vuelvo a perderme entre las colinas resecas del horizonte. ¡¡ Esto no es posible !!. Un Ave que circula en dirección contraria me trae bruscamente a la realidad y hace que, como un resorte, entre el pícaro que en mayor o menor medida cada uno llevamos dentro. Escribo: “Pues pasas demasiado desapercibida para, siendo hombre, ir vestida con una falda corta de color marrón y zapatos de tacón de ante beige. Incluso en el Ave un hombre vestido así llamaría la atención”. Lo lee, lo relee, empieza a moverse en su asiento como hasta ahora no lo había hecho. Evidentemente, aunque no veo su cara, está incluso más sorprendida que yo y no sabe exactamente cómo reaccionar. Por la postura de su cuerpo veo que también ella parece buscar alguna referencia en el paisaje. Inspecciona el vagón a través del espejo que forma el ventanal del vagón intentando pasar desapercibida. Tras varios minutos apaga el ordenador y lo mete en su maletín.

Llegamos a Zaragoza y, como había previsto, los dos bajamos del tren. Valoro acercarme a ella y hablar sobre lo que ha pasado pero prefiero andar unos metros por detrás de ella contemplando su andar y su figura. ¡Está buena!. Pienso que no puedo abordarla porque lo ocurrido es tan inverosímil que una entrada así, con semejante historia, a una mujer es garantía de ser enviado al cuerno. “Hola, sabes que yo soy con el que te escribías en el Ave y el propietario del blog que leías. Vete a paseo, bobo”, podría ser el origen y fin de la conversación .

Unos días más tarde, en una cafetería del centro, me confesó que tras engullir la sorpresa inicial, no se giró hacia mi porque, aunque yo no lo sabía, era la única persona dentro de aquel vagón que podía ver su pantalla y, por tanto, sólo yo podía ser su sorprendente interlocutor. “¡Es la simple lógica de los que somos de Ciencias!”, me dijo.

2 comentarios:

  1. Bonita historia. Siempre he admirado tu imaginación, creatividad y dominio del verbo, y sigo animándote a que algún día escribas una larga historia con forma de novela.
    He buscado entre los correos tu blog y aquí estoy, recreándome con tu escritura. A ver cuándo haces una parada en Madrid. Altea

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  2. Es un honor que seas la primera comentarista de mi blog. Lo de las alabanzas te lo perdono porque ya te conozco. Me alegro mucho de tener noticias tuyas.
    En Madrid, la primera la pago yo. Un beso.

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