jueves, 17 de enero de 2013

Las olas las produce el viento, no el agua.


Por si no le tenía demasiado apego a eso de ser español, estoy desde hace unos meses entrando en la fase de darme asco y vergüenza llamarme español. Y no quiero con ello ponerme del lado de los nuevos y viejos independentistas catalanes, que también llevan su parte de desdecoro, sino en la tesitura de los centronórdicos europeos y la imagen que tendrán de los españoles y de lo que por aquí se cocina. A base de mérito tras mérito, sin cejar en el empeño, nuestros rubios compañeros de continente van a interiorizar de forma definitiva que España es el país más al norte de África. Incluso alguno estará tentado en llevar a los mapas políticos aquello de que Europa empieza en los Pirineos.
Ya podemos gastarnos  el poco dinero y utilizar la poca imaginación que tienen nuestros gestores en promocionar la marca España porque mientras un día sí y otro también salten a los medios de comunicación los casos de corrupción con que cada día nos desayunamos, la percepción de nuestro querido país será más próxima a una república bananera que a un país serio que quiere solucionar sus graves problemas estructurales. Presidentes autonómicos, miembros de la Casa Real, exministros, representantes de los grandes empresarios, alcaldes,… y hoy mismo el tesorero del PP. ¿Qué cara pondrá la sra. Merkel cuando nuestros incompetentes políticos acudan a su favor para pedir clemencia económica y caridad presupuestaria hacia nuestro país?. Pues la que pondría toda persona responsable ante una cuadrilla de vividores que pretenden seguir viviendo del cuento.
Ya son demasiadas las líneas rojas que ha cruzado este nuestro país y es hora de que nuestros políticos se pongan a la tarea de arreglar el país y no de seguir mamando de la teta. Ya es hora de que se hagan propuestas serias para solucionar nuestros serios problemas. Basta ya de altisonantes declaraciones, buenas declaraciones, normas de comportamiento, denuncias generales y … basta ya del “y tú más”. Es imprescindible que este país lave su imagen ante el mundo y sobre todo ante sus socios europeos; es necesario tomar medidas acordes con los problemas que hacen de nuestro país un territorio de pandereta, toreros, peineta, vividores, listillos,… eso sí con buen clima y mejor comida.
La concepción de la política en nuestro país – siempre hay excepciones que confirman la regla – es de reparto de poder y de aprovechamiento del poder político para tejer una red de influencias cuya finalidad no es gestionar la cosa pública sino comprar fidelidades y ocupar el mayor terreno posible. Los líderes de los partidos que llegan al poder se preocupan de repartir cargos y nombramientos en base a este sentido patrimonial del Estado, sin  asumir la responsabilidad sobre las actuaciones de estos acólitos. Y esta degeneración llega hasta el extremo de configurar los partidos en familias o lealtades, de tal forma que este territorio es pro o anti líder en función de la química del poderoso de turno. El caciquismo llevado al segundo milenio.
Propongo sólo dos  medidas que con toda seguridad terminarían con este oleaje de corrupciones:
-        Cada vez que haya un caso de corrupción, a nivel de imputación o de evidencias demostradas objetivamente, además de la responsabilidad penal del corrupto de turno, exigirla políticamente al que le propuso y al que le nombró. Y esta exigencia debe figurar en el BOE, perseguible judicialmente, y no mediante acuerdos políticos que llegado el caso nadie cumple (como el acordado para evitar el trasfugismo, por ejemplo). En el caso del Sr. Bárcenas habría que ir a quién le propuso – supongo que el presidente de alguna comisión del partido – y a quién le nombró – que será quizá el presidente del Partido.

-        Además del punto anterior, todos aquellos líderes políticos que hagan declaraciones a favor o poniendo en duda las acusaciones hacia el corrupto imputado o demostrado, también deberán dimitir voluntariamente o por exigencia judicial. En el caso Pallerols, por ejemplo, el Sr. Roca por dudar de las acusaciones hacia la cúpula de la Consejería de Empleo.
Simplemente llevando esta norma, que se redacta en media mañana, al BOE se terminan de raíz los casos de corrupción. Los políticos tendrían mucho cuidado en la selección de las personas que son nombradas para gestionar las cuestiones públicas, el factor de decencia de las mismas sería el aspecto más valorado y, sobre todo, aumentaría la supervisión y vigilancia de las actuaciones públicas. Empezaríamos a ser un país serio en donde el que la hace la paga pero también la pagan los que le auparon y los que le protegieron.
Al leer a Joaquín Costa, ese oscense adelantado a su tiempo que tenía una visión de su querida tierra incompatible con las prácticas políticas de su época, se visualiza como cuestiones de elemental sentido común en la actualidad hace más de cien años eran pretensiones ilusionarías de unos cuantos peligrosos iluminados. Proponía, para terminar con el caciquismo que estrangulaba la España rural y analfabeta de mediados del siglo XVIII, algo tan elemental como que la elección de los votantes fuese el reflejo de la composición del arco político. Hoy sería impensable unas elecciones municipales en las que, una vez cerradas las urnas, se tiraran las papeletas a la chimenea y el cacique de turno eligiese al alcalde de su conveniencia. En aquella época así funcionan las cosas y esas prácticas eran denunciadas por una minoría de intelectuales que se jugaban el bigote cada día. Quizá hoy suene a utopía pero estoy seguro que llegará un día en que un presidente de gobierno tendrá que dimitir por nombrar un ministro corrupto o un Rey – o Presidente de República - tendrá que renunciar por proteger a un yerno impresentable. Y yo lo veré…   

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