lunes, 6 de mayo de 2013

Siempre nos quedará Islandia, che.

No doy credibilidad. Islandia, esa isla que navega por el océano lejos de todo y cerca de nada, ese país que contra todos y sin nadie a favor proclamó otra forma de abordar la crisis con evidentes éxitos económicos y sociales, ese país que osó sentar a sus dirigentes en el banquillo, encarcelar a sus banqueros y priorizó salvar a sus ciudadanos antes que pagar las deudas con el extranjero,… ese país acaba de dar el voto al partido y a las ideas políticas que les llevaron a la ruina más absoluta hace sólo cuatro años. Para los que consideramos ejemplo de modelo político-social a los países nórdicos, habitados por ciudadanos educados, preparados y responsables que han sabido construir y mantener las sociedades más justas y avanzadas desde el punto de vista social, que los islandeses e islandesas reaccionen de una forma tan irresponsable – a simple vista, al menos – no deja de suponer un varapalo para nuestras conciencias políticas.
Con el ánimo de racionalizar semejante cambio de tendencia e intentando justificar los motivos que han llevado a los islandeses a echarse nuevamente en los brazos de los que les cavaron su tumba, descubro que básicamente la campaña electoral – y sus resultados – ha pivotado en dos ejes. El partido que ha gobernado estos últimos años y que objetivamente ha solucionado de una forma singular los graves problemas que heredaron, se ha hundido por su insistencia en la entrada de Islandia en la U.E., en momentos en los que Europa es vista con recelo por casi todo el mundo debido a sus políticas de austeridad que están obteniendo resultados contrarios a los conseguidos por Islandia y creando paro, miseria y pobreza en Grecia, Portugal, España,… Frente a este fracaso, renace de sus cenizas la coalición gobernante, la que hundió económica y socialmente al país en base a la aplicación de ideas ultraliberales que les llevaron a la bancarrota y a un endeudamiento familiar insoportable. Pues bien, esta coalición promete mejorar la vida personal de miles de islandeses desligando la vinculación de los créditos con la inflación y sin explicar quién y cómo se asumirá esa desviación.
Espero que les salga bien pero tengo serias dudas sobre la capacidad de solucionar el problema a los mismos actores que los crearon. Algunos perversamente - y con bastante lógica – desean que lo lamenten más pronto que tarde porque tanta irresponsabilidad, tanta candidez no tiene lógica en personas que han sufrido en sus propias carnes y hace sólo unos años los efectos de las políticas que aplicaron los políticos en los que ahora vuelven a confiar. En todos los sitios cuecen habas, y parece que en Islandia a calderadas.
Y en esta misma línea argumental, en la de la irresponsabilidad de algunos ciudadanos para complicarse y complicarnos el futuro, me causa vergüenza ajena lo que ocurre estos días en Valencia. Ha sido necesario que un programa de televisión y un periodista famoso saque a la luz una gestión vergonzosa, incluso con tintes de responsabilidad penal, en el mayor accidente de metro de la historia de España para que la sociedad valenciana se movilice y salga del eterno letargo en el que ha estado sumida en los últimos años. 43 muertos y parecido número de heridos quedaron sepultados y olvidados por la manipulación mediática de la tragedia, ocultando la sarta de irregularidades y desatinos en su gestión. Una más, quizá la más grave, en la estrategia política del Sr. Camps y del PP valenciano caracterizada por las mayorías absolutas que escondían la corrupción, el caciquismo, el clientelismo y la gestión ruinosa de la Comunidad Autónoma. Unos meses más tarde de la tragedia, las elecciones autonómicas daban una nueva mayoría absoluta al Sr. Camps, apoyado por 130.000 votos más que en las anteriores. Los valencianos y valencianas, obnubilados por la realidad de ese éxtasis mediterráneo rodeado de visitas papales, fiestas y festejos, circuitos de Fórmula 1, pólvora y Canal 9, pusieron toda la confianza del lado del Sr. Camps. Y así hasta la fecha, hasta que siete años después un tal Évole les quita la venda y cual ciegos sanados ven la realidad, la cruda realidad que ellos han apoyado y de la cual serán eternamente cómplices. Si la gente que vota fuera un pelín – sólo un pelín – más responsable otro gallo nos cantaría. Pero como dice la película, siempre nos quedará Islandia para justificar nuestra inmadurez y mediocridad políticas.

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