Soy de los que no creen en las casualidades. La influencia social
de los principios cristianos que nos han sido trasladados a los españoles casi
genéticamente a través de la educación, la familia y la sociedad nos han
abocado a la aceptación del determinismo, hacia la imposibilidad de luchar
contra determinados fatalismos como irremediablemente inmutables y ante los que
cualquier enfrentamiento no deja de ser un ejercicio de ilusión. La
consecuencia más inmediata de esta faceta de nuestra ideosincrasia es la
insistencia en el lamento y la queja, con la renuncia expresa a la toma de
decisiones. Las cosas son como son por designio divino y sólo los ilusos e
inexpertos se atreven a luchar contra ellas. Las sequías, las catástrofes, las
desgracias familiares,… son fruto de un destino inalterable escrito en algún
lugar que nadie conoce. Fruto de esta concepción judeocristiana oímos decir,
por ejemplo, al político de turno que la corrupción en España ha existido,
existe y lamentablemente existirá, sin que nadie – ni político ni oyentes – se atrevan
a pestañear.
Pienso, en contra de este criterio, que salvo la muerte todo
tiene solución. Sería terriblemente injusto que algún día se descubriera la forma
de llegar a la eternidad porque es fácil sospechar quiénes podrían pagarse el
tratamiento de perdurar generación tras generación. Hoy en día, y espero que
por muchos siglos, el final nos hace iguales a todos y todos sabemos dónde
vamos a acabar. Pero a partir de ahí creo que todo tiene - o puede tener – solución
y sólo es necesario adoptar las medidas adecuadas para erradicar los problemas.
Se trata, ahí es nada, de una mezcla de valentía e inteligencia frente a la cobardía
y la ignorancia.
La corrupción ha existido y existe porque la mentalidad del
español medio tiende a comprender, justificar e incluso envidiar esos comportamientos.
Quizá porque históricamente tener un enchufe o ser amigo de alguien suponía un
cambio radical en el sistema de vida, - casi de pasar hambre a vivir como un
marajá -, la sociedad española ha visto con buenos ojos que cada hijo de vecino
aproveche esas ocasiones que la vida le pone delante en beneficio propio, obviando
cualquier criterio de justicia social, mérito o interés general. En esta
cuestión, ayudó mucho la larga dictadura franquista, en la que conocer a la
persona adecuada era el único salvoconducto para sortear la miseria económica colocando
a toda la familia como funcionarios, disfrutar de una beca para que los hijos
estudiasen o conseguir un estanco para toda la vida. ¡Qué no harían los poderosos
si los ciudadanos de a pie se movían con esos parámetros!.
Esta mentalidad está inoculada en muchos cerebros y por eso
algunos nos sorprendemos del nivel de tolerancia social ante determinadas
noticias. Uno de cada cuatro españoles está en el paro mientras los directivos
de Bankia –sindicalistas incluídos – despilfarraban dinero a millonadas, desmanes
que por otra parte todos estamos pagando con el rescate a la banca. Todos los
españoles estamos pagando las consecuencias de haber vivido por encima de nuestras
posibilidades mientras los dirigentes del PP llevaban una vida miserable cobrando
sobresueldos de escándalo procedentes de financiación ilegal. La justicia ha
dictaminado que el PP se financió con dinero procedente de prácticas corruptas
mientras miles de niños estaban deseando empezar el curso para poder comer en
el colegio. Ayer el Sr. Cañete pasa su examen de comisario de energía y
medioambiente ante el Europarlamento diciendo que ya no tiene intereses en el
sector petrolero tras la venta de sus acciones, y dejando en evidencia la nula
exigencia política de nuestro país porque aquí ha estado desempeñando el puesto
de Ministro con similares competencias sin que haya tenido que renunciar a sus
intereses en el sector. También pretendió engañarnos en su declaración de
ingresos y de patrimonio, pero ante Europa ha dicho : “ojo, que esta gente sí
que es seria.”. Pero aquí nadie – o casi nadie – pone el grito en el cielo.
Casi todo lo admitimos o lo toleramos; lo comprendemos o lo envidiamos, hasta el punto de permitir que el Sr. Arriola haya estimado que el PP puede ganar las próximas elecciones generales con un apoyo del 30% del electorado. Es decir, extrapolando los datos de las últimas, el asesor aúlico estima que es posible que todavía 7,5 millones de españoles depositen su confianza en este partido para gobernar los próximos 4 años. Es descorazonador asimilar esta realidad cuando no dejan de escucharse llamadas hacia la regeneración, la trasparencia, los golpes de timón y la necesidad de un cambio radical. Lamentamente todo ese fragor general y multitudinario queda apagado por los gritos del silencio de la hipocresía, virtud que es la que verdaderamente se deja oír en este santo país.
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