jueves, 2 de octubre de 2014

El grito de la hipocresía



Soy de los que no creen en las casualidades. La influencia social de los principios cristianos que nos han sido trasladados a los españoles casi genéticamente a través de la educación, la familia y la sociedad nos han abocado a la aceptación del determinismo, hacia la imposibilidad de luchar contra determinados fatalismos como irremediablemente inmutables y ante los que cualquier enfrentamiento no deja de ser un ejercicio de ilusión. La consecuencia más inmediata de esta faceta de nuestra ideosincrasia es la insistencia en el lamento y la queja, con la renuncia expresa a la toma de decisiones. Las cosas son como son por designio divino y sólo los ilusos e inexpertos se atreven a luchar contra ellas. Las sequías, las catástrofes, las desgracias familiares,… son fruto de un destino inalterable escrito en algún lugar que nadie conoce. Fruto de esta concepción judeocristiana oímos decir, por ejemplo, al político de turno que la corrupción en España ha existido, existe y lamentablemente existirá, sin que nadie – ni político ni oyentes – se atrevan a pestañear.


Pienso, en contra de este criterio, que salvo la muerte todo tiene solución. Sería terriblemente injusto que algún día se descubriera la forma de llegar a la eternidad porque es fácil sospechar quiénes podrían pagarse el tratamiento de perdurar generación tras generación. Hoy en día, y espero que por muchos siglos, el final nos hace iguales a todos y todos sabemos dónde vamos a acabar. Pero a partir de ahí creo que todo tiene - o puede tener – solución y sólo es necesario adoptar las medidas adecuadas para erradicar los problemas. Se trata, ahí es nada, de una mezcla de valentía e inteligencia frente a la cobardía y la ignorancia.


La corrupción ha existido y existe porque la mentalidad del español medio tiende a comprender, justificar e incluso envidiar esos comportamientos. Quizá porque históricamente tener un enchufe o ser amigo de alguien suponía un cambio radical en el sistema de vida, - casi de pasar hambre a vivir como un marajá -, la sociedad española ha visto con buenos ojos que cada hijo de vecino aproveche esas ocasiones que la vida le pone delante en beneficio propio, obviando cualquier criterio de justicia social, mérito o interés general. En esta cuestión, ayudó mucho la larga dictadura franquista, en la que conocer a la persona adecuada era el único salvoconducto para sortear la miseria económica colocando a toda la familia como funcionarios, disfrutar de una beca para que los hijos estudiasen o conseguir un estanco para toda la vida. ¡Qué no harían los poderosos si los ciudadanos de a pie se movían con esos parámetros!.


Esta mentalidad está inoculada en muchos cerebros y por eso algunos nos sorprendemos del nivel de tolerancia social ante determinadas noticias. Uno de cada cuatro españoles está en el paro mientras los directivos de Bankia –sindicalistas incluídos – despilfarraban dinero a millonadas, desmanes que por otra parte todos estamos pagando con el rescate a la banca. Todos los españoles estamos pagando las consecuencias de haber vivido por encima de nuestras posibilidades mientras los dirigentes del PP llevaban una vida miserable cobrando sobresueldos de escándalo procedentes de financiación ilegal. La justicia ha dictaminado que el PP se financió con dinero procedente de prácticas corruptas mientras miles de niños estaban deseando empezar el curso para poder comer en el colegio. Ayer el Sr. Cañete pasa su examen de comisario de energía y medioambiente ante el Europarlamento diciendo que ya no tiene intereses en el sector petrolero tras la venta de sus acciones, y dejando en evidencia la nula exigencia política de nuestro país porque aquí ha estado desempeñando el puesto de Ministro con similares competencias sin que haya tenido que renunciar a sus intereses en el sector. También pretendió engañarnos en su declaración de ingresos y de patrimonio, pero ante Europa ha dicho : “ojo, que esta gente sí que es seria.”. Pero aquí nadie – o casi nadie – pone el grito en el cielo.
 
Casi todo lo admitimos o lo toleramos; lo comprendemos o lo envidiamos, hasta el punto de permitir que el  Sr. Arriola haya estimado que el PP puede ganar las próximas elecciones generales con un apoyo del 30% del electorado. Es decir, extrapolando los datos de las últimas, el asesor aúlico estima que es posible que todavía 7,5 millones de españoles depositen su confianza en este partido para gobernar los próximos 4 años. Es descorazonador asimilar esta realidad cuando no dejan de escucharse llamadas hacia la regeneración, la trasparencia, los golpes de timón y la necesidad de un cambio radical. Lamentamente todo ese fragor general y multitudinario queda apagado por los gritos del silencio de la hipocresía, virtud que es la que verdaderamente se deja oír en este santo país.

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