Vaivenes paralelos, como cantaba German Coppini en “Escenas
olvidadas”. De vaivenes paralelos pecan los dos grandes partidos haciendo más
real el insulto de “la casta” y generando cada vez más simpatías incluso entre
los que pensamos que dar el poder a esta alternativa es un suicidio político.
Les sobra razón cuando dicen aquello sobre que su acción política podría
limitarse a no hacer nada y dejar que la ciudadanía no dejase de sorprenderse ante tanta indecencia y putrefacción. Como
dice el refrán chino, bastaría con que se sentaran en la puerta de tu casa para
ver pasar el cadáver de su enemigo; si además son jóvenes inteligentes,
sobradamente preparados y que hablan bien en público,…
Mariano y Esperanza piden perdón, el primero en sede
parlamentaria y la segunda en la del Partido. Cronológicamente fue al revés
porque, una vez más, la dama se adelantó al caballero, dejando en evidencia la
pusilanimidad y mediocridad de nuestro presidente. Mariano sabe que abrir
huella es peligroso y agotador, olvidando que también es cosa de valientes y de
líderes. La dama lo tiene claro y, en su afán de dejar en evidencia al jefe que
le ha truncado su carrera política, no pierde ocasión de calzarse las polainas
y ponerse en cabeza del grupo, sabiendo que aunque los riesgos son muchos, sus
leales siempre valorarán su desparpajo demagogo frente a la triste grisura del
jefe.
Y piden perdón ante una ciudadanía tan indignada ahora como
complaciente hace unos años en que les apoyó con mayorías absolutas, como
apoyaron al encantador Granados, elección tras elección, a pesar del tufo a
caciquismo que despedía el sur de Madrid. Sigo en mis trece, mal que pese: el
problema de este santo país es el de una ciudadanía que se indigna en las
barras de bar, para luego votar con una lealtad primaria a corruptos y
mediocres.
A Mariano y Esperanza les enseñaría la puerta de salida por
si, teniendo la voluntad de atravesarla, nadie les ha mostrado el camino.
Comprendo que es una desgracia llegar a Presidente del Gobierno – sin tener
grandes méritos, por otra parte – y no disfrutar ni un solo mes de las dichas
del puesto dando parabienes y otorgando favores. Una prueba más de lo gafe que
es este señor de verbo silbante: todos los presidentes anteriores, quizá con
excepción de Suárez, tuvieron sus momentos de gloria en los que las
circunstancias favorables les permitió el lucimiento: obras, subvenciones,
dádivas, prestaciones, subida de salarios, reconocimientos… Este gris señor no
ha tenido ni el placer de disfrutar de las mieles del éxito. Quizá sea el
castigo divino por haber llegado al poder de forma viciada: con fraude llegó y
defraudando saldrá.
Lo de Esperanza es de otro calibre. Pasa por la peluquería,
se compra un trapito nuevo y, como la que ya no tiene nada de hacer a lo largo
de toda la tarde, se presenta ante las cámaras para asumir su responsabilidad
por haber confiado en Granados. ¿Cómo la asume?. Pidiendo perdón – y se queda
tan pancha- . ¿Ha pensado dimitir?. Yo, porqué, de ninguna manera. Y se va tan
tranquila sabiendo que mañana una manada de tontos aplaudirá su valentía y su
actitud dando la cara ante los desmanes de un nuevo personaje, Granados, al que ella tambíén aupó.
Y lo de Parla. Conmovedor Tomás, llorando ante las cámaras y
diciendo sentirse desolado por lo que ha hecho una persona que consideraba un
hermano. Una de las medidas que terminarían de raíz con la corrupción es obligar
a dimitir a la persona que nombró o aupó al corrupto. Ya abogué por esta idea y sigo insistiendo. De la misma manera que
cuando hay que repartir cargos todos tienen su candidato, y todos quieren imponer su hombre o mujer, aunque sea perdiendo las formas, cuando éste haya
metido el cazo el proponente no puede esconderse tras su desolación y sus
lágrimas. Pedro Sánchez, de no estar secuestrado por el aparato, debería
decirle que espera su carta de dimisión antes de la comida o tendrá que cesarle
a los postres. De no estar secuestrado, insisto.
Sigan, sigan. A algunos el próximo CIS parece que les pondrá en la realidad y los demás veremos que el calendario político los pondrá en el lugar al que nunca quisieron ir: en la puta calle.
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