lunes, 30 de septiembre de 2013

El insensato desagrado de la hipocresía

-        Siguen corriendo los chistes sobre la situación de Juan Carlos y de la monarquía. El viernes un compañero de trabajo gritaba entre risotadas que era una lástima que aquí, al contrario que en Francia, no hubiese existido la guillotina. Automáticamente pensé que diría este señor hace unos años sobre la vida íntima de Juan Carlos, cuando la más mínima crítica suponía que automáticamente te calificarán de antisistema o filoterrorista, a pesar de que todo el mundo conocía la vida disoluta de nuestro querido monarca y su natural tendencia hacia las juergas nocturnas, el buen vino y las mujeres ajenas. En propias carnes he vivido no hace mucho tiempo la reacción unánime con algún comentario crítico sobre la forma de actuar de nuestra Corona. Aquí todo eran silencios cómplices e hipocresía populachera. Los franceses dijeron hace cientos de años “hasta aquí hemos llegado”; los españoles empezamos a decir ahora, obviamente con medios más pacíficos que la afilada cuchilla, lo mismo que nuestros vecinos dijeron hace más de doscientos años. Quizá éste es el precio que debemos pagar por el retraso que supone tanta hipocresía.

-        Nadie se explica lo que ha pasado con esa ejemplar familia compostelana. Una insigne abogada, de rancio abolengo, con padres bien ubicados y valorados en la sociedad gallega, está acusada junto a su marido de haber asesinado a su hija adoptada. Quizá si esta menuda señora hubiera sido parada de larga duración y su esposo un obrero de la construcción metido en un plan de búsqueda activa de empleo todo tendría una explicación más sencilla porque ya se sabe como son esas gentes medio analfabetas. Pero claro que toda una señora abogada haya podido cometer semejante crimen no tiene ninguna explicación razonable para la mayoría de la gente. En mi opinión, y con independencia de cual haya sido el detonante del crimen– herencias, liquidez, doble vida,… - el asombro general responde al mismo problema: la hipocresía social de personas que ponen en un lugar privilegiado de su escala de valores su imagen pública, dando más valor a su pose social que a sus miserias internas.


-        Estoy harto de las buenas personas que sólo procuran el bienestar de sus allegados. Esta sociedad hipócrita otorga mucho más valor al cercano buenismo-amiguismo que al lejano altruismo social. Quizá sea consustancial a la condición de hipócrita no querer ver más allá de las narices y estar pendiente exclusivamente de lo que se cuece unos metros a la redonda. “Cada uno es como es y yo soy así”, decía Rajoy en su frustrada explicación parlamentaria sobre sus relaciones con Bárcenas. Y el mensaje cala pronto porque algunos empiezan a decir que quizá sea un incompetente meapilas pero es una buena persona. Sí, de esas que favorece y defiende a sus cercanos pero no presenta ningún cuadro empático con pensionistas, extranjeros, funcionarios, enfermos, estudiantes,… Mientras recorta las pensiones, quita la tarjeta sanitaria a los ilegales, baja el sueldo de los funcionarios, machaca a los estudiantes de la enseñanza pública, hace pagar medicamentos, empeora la sanidad pública,… defiende al pobre Luis, a sus amiguitos del alma y a la panda de corruptos que se mueven a su lado. Todos estos tienen ojos y boca individualizados y aquellos otros son una amalgama de órganos  - un lío - que nunca sabrá agradecer nada.

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